La culpa es una emoción que funciona como un sistema de alarma interno que surge de la creencia o sensación de haber transgredido las normas éticas personales o sociales, sobre todo cuando la conducta (u omisión de la misma) ha derivado en un daño o malestar a otra persona. En ocasiones puede ser una “falsa alarma”. Por ello debemos pararnos a recapacitar si es real y por lo tanto sana, o por el contrario está surgiendo de forma no adaptativa y a lo que llamamos culpabilidad mórbida y es de lo que hoy vamos a hablar.
La culpabilidad mórbida es aquella que aparece sin haber cometido una falta o perjuicio objetivo. Este tipo de sentimiento de culpa se desarrolla de la mano de la conciencia moral. La intensidad de las respuestas que nos provoca la culpa está muy mediada por los valores y las creencias de cada persona, los cuales provienen de distintos focos: sociedad, escuela, cultura, modelos de crianza, fe…
A veces la culpa mórbida surge de una ilusión de control y de una sobrecarga de responsabilidades. Es decir, la persona que se siente culpable piensa que había podido modificar el curso de los acontecimientos que estaban en su mano. Sin embargo, es necesario distinguir en cuáles de esas ocasiones verdaderamente tenemos el control y la responsabilidad de lo sucedido.
Otras veces la culpa mórbida surge cuando algunas personas, a las que llamamos culpabilizadoras, nos responsabilizan de su malestar ante una determinada situación. No necesariamente lo hacen de forma intencionada, ya que no siempre nos damos cuenta de la carga emocional que nuestras palabras generan en otras personas. En cualquier caso, la culpa es un poderoso instrumento de manipulación que nos hace creer en numerosas ocasiones que nuestra culpabilidad está justificada.
¿Cómo podemos gestionar este sentimiento de culpabilidad mórbida?
En primer lugar, tendremos que reflexionar sobre cuáles son los valores que elegimos tener y cuáles son los valores que sin planteárnoslo hemos asumido. Esta idea es importante ya que en el caso de la culpabilidad mórbida estas normas morales no suelen contemplar los derechos asertivos, así como el grado real de responsabilidad que cada persona tiene sobre un determinado suceso. Los derechos asertivos son unos derechos mínimos de dignidad emocional cuyo cumplimiento hace que cuidemos a los demás y sobre todo a nosotros mismos. Algo que la culpabilidad mórbida desde luego no hace.
Todo lo anterior parece muy evidente, entonces… ¿por qué no puedo poner en práctica mis derechos asertivos y por tanto responsabilizarme solo de mi parte? La cultura social nos dice que, si hacemos lo anterior, nos convertimos en PERSONAS EGOÍSTAS que viene a ser lo mismo que MALAS PERSONAS. Y nadie quiere ser mala persona, ¿verdad?
Pues reflexionemos sobre el egoísmo. Aunque socialmente tiene una connotación negativa, hoy vamos a darle la vuelta a este concepto y vamos a hablar de EGOÍSMO SANO O MADURO. Su principio es yo gano, tú ganas. Es decir, si yo doy tanta importancia a mis necesidades como a las de las personas de mi alrededor voy a contribuir en crear relaciones interpersonales que me sientan bien lo que se traduce en relaciones más sanas y duraderas.
¿Te atreves?
Ahora es el momento de plantearse esas nuevas normas morales que devuelven a los demás sus propias responsabilidades y que nos hacen comprender que sus reacciones y emociones son el resultado de sus decisiones y no de nuestros actos. Este camino que te proponemos no es fácil, requiere tiempo, paciencia, valor y esfuerzo y en ocasiones ayuda profesional. Sin embargo, dejar la culpa atrás abre la puerta a la posibilidad de disfrutar de una vida plena.
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IGUALDAD DE GÉNERO
En coherencia con el valor asumido de la igualdad de género, todas las denominaciones que en este documento hacen referencia a personas y se efectúan en género masculino, cuando no hayan sido sustituidos por términos genéricos, se entenderán hechas indistintamente en género femenino o masculino, según el género de la persona que los desempeñe.