¿Qué es el miedo?
El miedo es una emoción presente en la vida de las personas que, en muchas ocasiones, es catalogada como desagradable y percibida como un enemigo que queremos que desaparezca, pero ¿realmente lo es? ¿Sabemos qué es y para qué sirve?
Esta emoción es necesaria, ya que el ser humano está diseñado para experimentar miedo cuando percibe ciertas circunstancias o elementos, reales o imaginados, como peligrosos. De esta manera, el miedo funciona como un sistema de alarma que nos avisa de que algo puede ser perjudicial, tanto para nosotros mismos como para nuestro entorno, haciendo que nos activemos y nos demos la oportunidad de protegernos de ello. Por tal razón, el miedo es una emoción fundamental, ya que, al servir como una advertencia, facilita y permite una adaptación perfecta de los seres humanos a su ambiente, lo que incrementa las probabilidades de sobrevivir.
Además, el miedo puede ser objetivo o subjetivo (situaciones reales o imaginarias), racional o irracional, pudiendo variar según las percepciones, el sistema de creencias de cada persona, las experiencias previas vividas y los recursos propios con los que cuenta cada individuo (Beloya y Velásquez, 2014).
¿Cómo funciona el miedo?
El núcleo neuronal que envía la respuesta de miedo y, con ello activa el sistema nervioso, es la amígdala, lo que a su vez da lugar a una diversidad de reacciones automáticas de naturaleza fisiológica con efectos muy variados: tensiones en diferentes áreas del cuerpo (abdomen, hombros, cuello manos…), incremento en la frecuencia cardíaca, aparición de temblores, hiperventilación, parálisis repentinas, dilatación de las pupilas, piloerección, palidez en la piel, sequedad en la boca, sudoración, palpitaciones, entre otras (André, 2005; Goleman, 2009; LeDoux, 2000; Marina, 2006; Rodríguez, 2004).
Estos cambios fisiológicos, aunque puedan ser molestos, incómodos o desagradables, son muy útiles, pues están avisando de que algo ocurre. Además, y como expone algún investigador (Rodríguez, 2004), una de las funciones clave que algunos de ellos cumplen no es tanto avisar, como preparar con urgencia al organismo para la acción, para protegerse y defenderse, aumentando los recursos de energía disponibles, la capacidad de resistencia al dolor, o la velocidad de las funciones mentales, a fin de focalizar toda la atención en la situación y estímulos que nos rodean.
Con esta activación, la persona se sitúa en un estado global de alerta que permitirá, si llegara el caso, enfrentarse a la amenaza o peligro detectado en las mejores condiciones posibles de reacción.
Igualmente, la emoción de miedo también activa otro tipo de recursos de afrontamiento a la amenaza, como pueden ser: para la búsqueda de seguridad, la huida, la evitación o el aislamiento; como defensa o intimidación, la lucha o el ejercicio de la violencia; o, como síntoma de impotencia, bloqueo, e, incluso, “estrategia” para pasar desapercibido o reducir las posibles consecuencias negativas, la inmovilidad, la sumisión y el enmudecimiento.
Tipos de miedo
Una vez explicado cómo funciona este mecanismo, es oportuno aclarar los dos tipos de miedo que pueden darse según los estudios de Beloya y Velásquez (2014): los miedos funcionales/adaptativos y los miedos patológicos/desadaptativos.
- Los miedos funcionales/adaptativos cumplen perfectamente su misión: Funcionar como alarmas bien ajustadas que se activan y desactivan de manera absolutamente eficiente y con la intensidad adecuadamente regulada a cada situación.
- Los miedos patológicos/desadaptativos se caracterizan por su tendencia a activarse sin justificación (son falsas alarmas), su intensidad es inadecuada (mala regulación), no se activan ni desactivan cuando deben (se mantienen en el tiempo y resultan difíciles de controlar). Tales errores y desajustes hacen que los cambios fisiológicos que generan, al igual que lo hacen los miedos funcionales/adaptados, produzcan en la persona efectos adversos. Además, la activación indebida de mecanismos de defensa puede crear cierto distanciamiento de la realidad o deteriorar las relaciones familiares, sociales, laborales de la persona que los sufre, incluyendo ansiedad, autorreproches y sufrimiento. Entre otros problemas, pueden aparecer ataques de pánico, fobias, sobresaltos, estrés postraumático, trastornos obsesivos, etc., debido al permanente estado de alerta con el que se convive.
Conclusión
Como puede apreciarse, esta emoción, es absolutamente necesaria, útil y protectora cuando funciona adecuadamente como sistema de alerta ante situaciones percibidas como amenazantes o peligrosas. También puede, cuando se muestra desadaptada y caótica, ser una fuente generadora de profundo de malestar, aversión, estrés…, que, con el tiempo, termine influyendo muy negativamente en la calidad de vida y la salud mental de las personas que los sufren.
Un aspecto que no se ha mencionado aún, y que cabe destacarse, es el estigma que gira en torno a los miedos. Estos, en muchas ocasiones provocan vergüenza en las personas que los padecen, llegando incluso a ocultarlos y a intentar evitar que su entorno los descubra por temor a ser considerados como ridículos, tanto el miedo como la persona. Sin embargo, y como se ha venido explicando, la emoción de miedo, a no ser que se vuelva desadaptativa, cumple la función vital de proteger y, aunque su intensidad varíe según los individuos, nunca deberíamos avergonzarnos de poseerla, pues debe ser vista como algo natural. No obstante, también es cierto que puede existir un punto de inflexión cuando por deseabilidad social nos exponernos a situaciones que no queremos, por ejemplo, ver una película de terror o ir de escalada; siendo cosas que no nos gustan y con las que lo pasamos mal, y sólo porque queremos acompañar a nuestros amigos para que no descubran nuestros miedos. Esta emoción puede producir fuertes efectos que nos impidan disfrutar de las actividades y situaciones que realmente nos gustan y queremos experimentar, por ejemplo, no voy de escalada porque me da miedo, pero me encantaría. En este ejemplo, el miedo está cumpliendo adecuadamente su función de alerta al avisarnos de que nos podemos caer o hacer daño, pero que no es algo definitivo o seguro que vaya a ocurrir. Por consiguiente, y para terminar, se debe resaltar lo importante que es, por un lado, contar con esta señal de advertencia y, por otro, tratarla con el respeto que en cada situación merece.
Qué podemos hacer
- Racionalizar la situación detectada como amenazante para analizarla adecuadamente valorando si nuestra reacción es acorde a la misma.
- Recurrir al control del pensamiento, a autoinstrucciones o al autorrefuerzo.
- Ajustar las expectativas respecto a lo que puede ocurrir si nos enfrentamos a la situación.
- Poner en marcha alguna técnica de desactivación como puede ser la relajación a través de la respiración o la relajación.
- Buscar el apoyo de profesionales.
En caso de que consideremos que nuestro miedo es desadaptativo o que no contamos con los recursos suficientes para enfrentarnos al mismo, sería acertado solicitar a ayuda de profesionales de la Psicología, a fin de que nos dirijan y acompañen en nuestro proceso de superación, a la vez que nos doten de las herramientas necesarias para afrontar eficazmente las situaciones o elementos que, sin tener que provocarlo, nos activan este tipo de respuestas.
IGUALDAD DE GÉNERO
En coherencia con el valor asumido de la igualdad de género, todas las denominaciones que en este documento hacen referencia a personas y se efectúan en género masculino, cuando no hayan sido sustituido por términos genéricos, se entenderán hechas indistintamente, según el género de la persona que los desempeñe.
En Ohana Psicología contamos con un grupo de psicólogas expertas en todo tipo de terapias y ofrecemos servicios de supervisión psicológica de psicólogos profesionales.