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¿Por qué nuestro cerebro disocia ante una experiencia traumática?

En el ámbito clínico, es común que las personas que han atravesado experiencias traumáticas describan sensaciones difíciles expresar. Expresiones como “no sentía nada”, “era como si estuviera viendo todo desde fuera” o “no recuerdo bien lo que pasó”. Estos relatos no son simples confusiones ni exageraciones, sino manifestaciones de un fenómeno psicológico complejo y profundamente humano: la disociación.

La disociación es, en esencia, una forma que tiene el cerebro de protegernos cuando lo vivido sobrepasa nuestra capacidad para procesarlo.

Cuando hablamos de trauma, nos referimos a experiencias que generan una amenaza intensa a la integridad física o emocional de una persona, y que no pueden ser procesadas adecuadamente en el momento en que ocurren. Estas vivencias activan de forma automática nuestras respuestas de supervivencia, como la lucha o la huida. Sin embargo, cuando estas no son posibles —por ejemplo, en situaciones de abuso, violencia o catástrofes en las que la persona no puede escapar ni defenderse— el cuerpo y la mente recurren a estrategias más primitivas y profundas para garantizar la supervivencia. Entre ellas, la disociación.

Disociar significa desconectarse de uno mismo o del entorno. Esta desconexión puede afectar a la memoria, la identidad, las emociones, la percepción del entorno o la consciencia corporal. La persona puede no recordar lo sucedido, sentir que su cuerpo no le pertenece, o experimentar el mundo como si fuera irreal o lejano. En muchos casos, este mecanismo aparece de forma súbita e involuntaria ante una amenaza abrumadora, funcionando como un escudo que amortigua el impacto emocional del trauma.

Desde una perspectiva neurobiológica, esta respuesta está asociada a la hipoactivación del sistema nervioso. Mientras que la lucha y la huida implican una activación intensa del organismo para responder al peligro, la disociación surge en un estado de colapso: el cuerpo se apaga parcialmente en un intento de evitar sentir el daño. Esta respuesta de sometimiento, que en la naturaleza puede observarse en animales que se “hacen los muertos” ante un depredador, se manifiesta en los humanos a través de la desconexión psicológica. En un nivel más profundo de desconexión, la mente se ausenta.

El investigador Howe diferencia claramente entre congelamiento y disociación. En el primero, la atención está elevada, hay una hipervigilancia extrema. En el segundo, la mente se retira del momento presente: hay aturdimiento, confusión y una sensación de no estar ahí. Es una forma extrema de protección frente a lo insoportable.

Aunque la disociación puede resultar desconcertante e incluso generar malestar o dificultades en la vida diaria, es importante entender que cumple una función adaptativa. Es una respuesta del cerebro para protegernos cuando no podemos afrontar lo que está ocurriendo. En muchas personas que han sufrido traumas, especialmente en la infancia, esta desconexión puede convertirse en una estrategia habitual para lidiar con el estrés, lo que puede dar lugar a síntomas disociativos persistentes. Estos síntomas están contemplados en manuales diagnósticos como el DSM-5, que reconoce, por ejemplo, la posibilidad de especificar si un Trastorno de Estrés Postraumático cursa con despersonalización o desrealización. También puede aparecer amnesia disociativa, es decir, la incapacidad de recordar aspectos importantes del evento traumático sin que exista una causa médica que lo explique.

Comprender la disociación como una estrategia de supervivencia es fundamental para abordar el trauma desde una mirada comprensiva. No se trata de un fallo del sistema, sino de una solución de emergencia que permitió, en su momento, seguir adelante. Aunque con el tiempo puede generar síntomas difíciles de manejar, la clave está en acompañar estos procesos desde la seguridad, la conexión y el respeto por los tiempos del cuerpo (cerebro) y la mente.

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IGUALDAD DE GÉNERO

En coherencia con el valor asumido de la igualdad de género, todas las denominaciones que en este documento hacen referencia a personas y se efectúan en género masculino, cuando no hayan sido sustituido por términos genéricos, se entenderán hechas indistintamente, según el género de la persona que los desempeñe.

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